Juan Luis Burriel, mecánico de Boluda Towage and Salvage en la base de Valencia, aventurero y apasionado por la fotografía, consideró una buena idea hacer una foto corporativa en el continente antártico
“Fue un reto personal, un viaje que no se lo recomendaría a cualquiera, sobre todo por cruzar durante dos días de ida y dos días de vuelta el pasaje de Drake, con olas de diez metros durante mil kilómetros de travesía, aunque hoy en día cualquier persona puede ir a la Antártida”. Con estas palabras Juan Luis Burriel, de 37 años, mecánico de Boluda Towage and Salvage en la base de remolcadores de Valencia, definió su viaje a la Antártida entre el 26 de marzo y el 6 de abril de este año, donde le hizo ilusión que una de sus impactantes fotografías de esta expedición fuera la llegada de tres camisetas de Boluda Corporación Marítima a la península de este continente austral.
“Hasta el momento, además de la Antártida, he viajado en plan aventura a Islandia y Noruega, pero es la primera vez que tuve la necesidad de hacerme una foto corporativa. Le pedí al jefe de la base de Valencia, Manuel Samper, unas camisetas de Boluda Corporación Marítima. Iba muy cargado en las expediciones ya que el equipo de fotografía ya pesa 12 kilos y me pareció buena idea hacer una foto corporativa porque estoy agradecido a la compañía”, manifestó Juan Luis Burriel.
Tras 13 horas de vuelo entre Madrid y Buenos Aires, y cuatro horas y media desde la capital argentina al puerto de Ushuaia, en la Patagonia sur, el último pueblo austral del mundo, se embarcó en el “USHUAIA”, un antiguo buque oceanográfico de 84 metros de eslora, adaptado en la actualidad a expediciones turísticas, con un pasaje de 55 personas de diversas partes del mundo, además del grupo de otros diez valencianos que como él son aficionados a la fotografía y que coincidieron en este viaje organizado por Objetivo Valencia.
Desde pequeño, Juan Luis está muy sensibilizado con el cambio climático, ha sido un asiduo lector de novelas de ciencia ficción y con temas relacionados con la Antártida, además de ser una persona “muy introspectiva”. Lleva trabajando en la base de remolcadores de Boluda en el puerto de Valencia desde 2006, siendo su verdadera afición es la fotografía de paisaje y la fotografía nocturna.
Vientos de fuerza 8
Recuerda que tras salir del puerto de Ushuaia y recorrer durante cinco horas el canal Beagle y pasar el faro Fin del Mundo, en Tierra de Fuego, comenzó el viento que, con una media de fuerza 8 y picos de 10, sopló aquellos dos días de travesía por el pasaje de Drake, donde se cruzan las corrientes de los océanos Atlántico y Pacífico, junto con la convergencia antártica, con un barco que roleaba constantemente. “Me tuve que amarrar a la cama durante las dos noches -añadió- y recuerdo que una noche una pasajera decía “al médico, al médico”, porque se hizo una brecha en la cabeza y le pusieron 7 puntos. Los pasillos del barco -dijo- estaban con bolsas para vomitar. La Antártida tiene un peaje, gracias a Dios, que es el pasaje de Drake. Gracias a esos inconvenientes la Antártida sólo la visitan al año unas 40.000 personas a pesar de tener más kilómetros cuadrados que Europa, y el 1% son españoles”.
“Estuve en la Antártida -comentó- del 28 de marzo al 4 de abril, en un paisaje inconmensurable a cero grados durante el día. Entramos por las islas Shetland y antes de llegar a la Antártida me impresionó ver los témpanos de hielo tubulares, tan grandes como estadios de fútbol, que flotan en forma circular, aparte de unos enormes albatros volando alrededor del barco, y ballenas jorobadas que te transmiten una paz enorme”.
Pero si algo le impactó y lo recuerda como uno de los mejores momentos del viaje, fue ver a tres familias de orcas enseñando a cazar a una cría cuando entraron en una bahía. Para ello, las orcas cercaban a un pingüino y le enseñaban a lanzarlo al aire. “Para mí -subrayó-, como aficionado a la fotografía, fue un regalo en el último día de mi estancia en la Antártida”. También le sorprendió que entre el pasaje cerca del 60 por ciento de viajeros se dedicaban a hacerse selfis, a hacer culoplaning, o simplemente poner una chincheta en un mapa de los lugares a los que han viajado.
Base española en la Antártida
En el trayecto entraron a la bahía de isla Decepción donde está una de las dos bases españolas en la Antártida, llamada Gabriel de Castilla, donde no pudieron desembarcar por la gran cantidad de leones marinos ya que suponen un peligro. Durante su estancia en la península de la Antártida la mayor parte de los animales eran pingüinos. “La mayoría son jóvenes y curiosos; no conocen la maldad humana”, comentó.
La vida se hacía en el barco con pequeñas expediciones con desembarcos en zodiac, con horario de comidas de marina mercante. Recuerda los bellos atardeceres, la pureza del hielo y la bravura y belleza del mar, e incluso la barbacoa que tenían en la cubierta del barco.
La belleza de las imágenes obtenidas con su cámara Canon son impactantes y despiertan a quien las ve a programar algún día un viaje a ese mundo inconmensurable de blanco sobrecogedor. Su próximo objetivo, viajar al norte de Canadá.
FOTOS: Juan Luis Burriel.